Subo al auto y conduzco de regreso a casa, pero mi mente rebelde me lleva a otro lado ... a un edificio en la esquina de una calle cerca de casa de mis papás, donde se entra a un pasillo y al fondo está la escalera, y me veo de 7 años subiendo y tocando para que me abran; entro y me siento en un banco del vestíbulo y espero a que alguna de las muchas puertas blancas se abra y me llamen a clase de piano. La maestra es cubana... No recuerdo su nombre, ni el de sus hermanas ni el de su madre, pero la recuerdo, contándole a mi madre de su casa en La Habana, esa de la que un día habían salido con la única certeza de que no volverían a verla, ni volverían a Cuba, y se fueron con lo puesto. Eran los años setenta y los comunistas representaban la peor peste para los adultos y el sueño de muchos jóvenes; y los balseros cubanos llegaban todos los días a Miami mientras en Europa oriental otros tantos intentaban saltar el Muro de Berlín a como diera lugar y obtener asilo político en otros países. En la televisión Natasha Fatale, Boris Malosnov y la organización Kaos cada día ideaban nuevos planes para dominar el mundo.¨ En aquel entonces era común oír que el novio de la muchacha que trabajaba en la casa, se había cruzado de ¨mojado¨ para trabajar con los gringos en el campo, ahorrar y regresar por ella. Pero muchas veces no regresaba, y dejaba aquí mujer e hijos formando una nueva familia allá. Otras más no lo lograban y se quedaban en el camino o eran deportados. Han pasado más de 40 años y esto sigue pasando, pero ahora frecuentemente se ven familias completas que buscan llegar a Estados Unidos, personas de diferente raza y color que se han vuelto parte del paisaje urbano y no solo de las leyendas de migrantes que se van en ¨la Bestia¨.
Sin importar de que época histórica hablemos, el desplazamiento de grupos humanos ha sido una constante en el planeta. A veces huyendo de la guerra, de una dictadura, de persecuciones, desastres naturales y hasta del cambio climático; o en la búsqueda de mejores oportunidades de las que pueden encontrar en la tierra que los ha visto nacer, los migrantes se van dejándolo todo familia, amigos, casa y lo mucho o poco que cada uno de ellos posea en su país de origen. Pero eso no es lo único que dejan, al irse dejan también su identidad, sus costumbres y tradiciones, las imágenes de su tierra, los olores y sabores de su vida... y pasan a ser de nadie y a peregrinar en un limbo en el que a veces ha de resultar muy difícil reconocerse.
Según la ONU, el número de personas que habita un país donde no nació es hoy el más grande de la historia, constituye 3.5% de la población mundial y todo indica que seguirá creciendo. El número de mujeres y niños cada vez es mayor.
Cuando la economía va mal, cuando los problemas del mundo nos abruman y no podemos ver más allá de ellos, es fácil volverse xenófobo y decir ¡lárguense a su país, qué hacen aquí!, y pensar que primero hay que ayudar a los de nuestra propia tierra, que el dinero que el gobierno gasta en los migrantes muy bien podría ir a los connacionales más desprotegidos. Sí en algún momento nos llegan estas ideas a la cabeza, pensemos también que nunca, en ningún lugar, podemos estar seguros de que un día no seamos nosotros quienes tengamos que cerrar nuestra casa y tristes, con miedo y con el corazón adolorido tengamos que dejarlo todo para salir a buscar la vida.
Felices reflexiones...
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