miércoles, 1 de junio de 2011

Con un ojo basta...

Hace muchos años cuando mi papá era apenas un niño; mis abuelos vivían en Puebla y entre las muchachas que ayudaban a mi abuela con el quehacer y los 6 niños, había una que se llamaba Amparo.
Amparo era por naturaleza soñadora y coqueta, como de unos 20 años y tenía una larga trenza negra que le llegaba a dónde la espalda pierde su nombre. Tenía un novio al que amaba sobre todas las cosas y con el que soñaba casarse y tener muchos hijitos pero... como suele pasar en la vida, sucedió algo con lo que la pobre de Amparo no contaba:  el tan amado galán acabó embarazando a otra y un día no volvió más perdiéndose por los confines de la tierra.
Amparo lloraba y lloraba, no había poder humano que lograra consolarla y tan grande fue su decepción amorosa que un día no encontró mejor cosa para aliviarla que tratar de suicidarse con una pistola de mi abuelo.
El caso es que Amparo no se mató pero se vació el ojo derecho y quedó tuerta. Una vez que estuvo restablecida del dramático incidente y fue dada de alta en el hospital, el oftalmólogo le mandó a hacer un ojo de vidrio para que con él pudiera llenar la cuenca vacía y todas las noches religiosamente se lo quitaba y lo dejaba en una palangana con agua en la barra de la cocina. Asi lo hacía siempre hasta que un día mi abuela bajó en la noche por un vaso de agua y se pegó tal susto al ver el ojo que gritó despavorida. Por supuesto al día siguiente le puso una regañada marca diablo y le prohibió estrictamente que volviera a dejar el ojo donde ella o cualquiera de los niños pudiera encontrarlo.
Pasaron algunos meses y un día mientras mi abuela supervisaba las labores en la cocina entabló plática con Amparo y le dijo:
        ---Ay Amparo mira nada más como te dejaste muchacha ¿No te arrepientes de haberlo hecho?
 Amparo serenamente le contestó:
       ---¡Ay señora para lo que hay que ver en este mundo con un ojo basta y sobra!


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