sábado, 14 de septiembre de 2013

Las ollas...


Una tarde recibo un mensaje en el celular:







Corro a encender la computadora y me conecto emocionada. Platicamos un buen rato, nos ponemos al corriente, me cuenta que finalmente han vendido la casa de la isla y no puedo evitar preguntarle:
   — ¿y las ollas?

silencio...

   —No, no me hables de las ollas...

John las regaló.




Conocí a Catalina cuando la vida, siempre tan mágica,  nos hizo coincidir en una isla del Caribe  a donde ambas fuimos a parar. 
Peruana, alta, de ojos azules enormes y una  abundante melena sensacional, Cata es una de esas guapuras que combinan el refinamiento en el trato, la simpatía, inteligencia y sex appeal con una forma de ser relajada y amigable que hace que la adores al minuto 2 de conocerla. 
Cierro los ojos y me parece que fue ayer... armábamos la reunión en su casa los viernes cuando acababan las clases ya que para conveniencia de todos vivía justo enfrente de la escuela. Los niños a la piscina, a jugar toda la tarde y las madres a platicar de todo mientras probábamos las delicias que nos ofrecían y los pisco sour de Rosalío quien era una perfecta versión inca del Alfred de Batman.

La casa era genial, como me gustan las casas, con plantas, cuadros hermosos, y objetos  que se convierten en narradores de la vida de las personas que habitan ese lugar.
Entre esos objetos había una colección de hermosas ollas, algunas tenían plantas y otras estaban colocadas en diferentes rincones de la casa, nunca supe bien si eran de cobre o de otro metal, pero lo realmente especial era la historia de como las había encontrado...
Las ollas habían llegado al caribe desde Sudán donde John y catalina habían vivido 3 años cuando él era presidente de Shell. Aún cuando la revolución había dejado un régimen musulmán radical e intolerante de cero alcohol, cero demostraciones de afecto en público entre las parejas, cero manifestaciones de la cultura occidental etc. las experiencias increíbles que habían vivído en ese país estaban representadas en gran medida por esas ollas. Cuenta Catalina que uno de sus primeros amigos al llegar a Sudán fue Salám, su chofer,  un día ella vio una olla y le preguntó dónde podía comprar una igual. Ni tardo ni perezoso Salám se ofreció a llevarla al lugar donde las hacían; lo que nunca le dijo era que ese lugar estaba a dos horas de distancia. Total después de recorrer un buen tramo de desierto llegaron a la casa de un hombre que puso ante sus ojos un buen número de ollas hechas a mano por los beduinos. Tenían inscripciones árabes grabadas,  Catalina cayó redondita y por un precio ridículo  las compró todas.

Amaba esas ollas, amaba los recuerdos que le traían, los momentos que evocaban, la vida dejada en un país extraño y lejano del otro lado del Atlántico y desde Buenos aires hasta acá pude percibir que la tristeza la embargaba al decirme lo que había pasado con ellas, entonces le dije:

"Cata, fueron tus ollas por más de 10 años, las disfrutaste todos los días y las llevas en tus recuerdos, hoy le toca disfrutarlas a alguien más, quizá de una manera diferente, pero seguramente adornarán otra casa y otra mujer contará la historia de las ollas que un extraño le regaló y cuanto le gustan".

Tras colgar con ella  me quedé pensando que debemos gozar nuestras cosas todos los días, son solo cosas, pero nos alegra tenerlas.  Esas ideas de las abuelas de guardar lo lindo para las ocasiones especiales es malísima, típico que te mueres y ¡jamás usaste nada! si compran ropa estrénenla al otro día, aunque tengan que inventarse algo para hacerlo,  si compran platos o copas lindas  ¡úsenlos para cenar un lunes! qué diablos, ni siquiera sabemos si estaremos vivos al día siguiente. Y por alguna razón tengamos que desprendernos de algo muy valioso para nosotros, hagamos las paces con ello, demos gracias por haberlo tenido y abriguemos el deseo de que el nuevo dueño lo disfrute tanto como nosotros lo hicimos... claro, la onda es que es más facil decirlo que hacerlo, pero así debe ser porque por mucho que nos gusten o nos traigan recuerdos... son solo cosas y al final del viaje tendremos que dejar todo.

Felices reflexiones


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