Apareció
un día de sol y ella pretendió no verlo pero su repetitiva insistencia, su
actitud irreverente y esa pose anónima y retadora la obligaron a ceder; lejos
estaba de saber o siquiera maginar que se metería en su vida volviéndose esa mirada que siempre estaba presente … cuando se vestía, o se desvestía…si se probaba zapatos o preparaba la cena y no lograba entender por qué aparecía en su mente cuando pensaba y sentía o se imaginaba cosas, y ahora siempre
volteaba para saber que ahí estaba.
La
culpa la tenía ella, le había abierto la puerta, aunque fue solo un poco para mirarlo y
satisfacer su curiosidad. Sin saber como, en un solo movimiento, se había colado dentro de su corazón; cómo iba ella a saber que un intruso adorable la atraparía en su mirada y que de algún modo extraño al verse en sus ojos ellos le devolverían la imagen de
la mujer que amaba ser. Ahora lo sabía... al final
del cuento somos la mirada del otro, esa que a veces nosotros solos no podemos ver.
Un intruso
vive en ella, un intruso que la mira con amor y con deseo sin el que ya nada
quiere porque sin él ya no entiende aquella que quiere ser… la que vive en su mirada.
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